sábado, 5 de julio de 2014

A propósito de la lesión de Neymar


Por: Rafael Valencia.

Hoy Camilo Zúñiga es para los brasileros lo que en su momento fue Soner Ertek para los colombianos después de lesionar y dejar por fuera del mundial a Falcao (¡Ay, Tigre, ayer sí que sufrimos tu ausencia!). De aquel día lamentable -22 de enero de 2014- para las esperanzas del fútbol colombiano de cara a Brasil, recuerdo como el duelo nacional se manifestó en las redes sociales a través de todo tipo de mensajes criticando, condenando, insultando y hasta amenazando (no faltó el trillado meme del personaje de Pablo Escobar libreta en mano) al hasta ese momento desconocido defensor del aun hoy desconocido equipo de tercera división del fútbol francés. Toda Colombia indignada y dolida, y con razón. 

Lo lamentable es que hoy, eliminados del mundial y luego de conocer las consecuencias del golpe en la espalda que Zúñiga le propinó a Neymar (sin intención de dañarlo, como asegura el lateral colombiano -y yo le creo- y como en su momento lo aseguró también Ertek cuando se enteró de la lesión de Falcao -a este sí ningún colombiano le creyó), en Colombia no se hable de otra cosa que del “gran robo” del árbitro español contra los cafeteros, mientras que de la accidentada jugada que dejó a Neymar con una vértebra fracturada y sin posibilidades de jugar lo que le resta de mundial a Brasil, ni una palabra (quiero pensar que aún es temprano cuando escribo esto y que la sensatez ocupará su lugar en los entristecidos hinchas colombianos, entre los que me incluyo, en cualquier momento), ni de rechazo al agresor -es lógico que no lo haya, es colombiano, con el atenuante de que no suele jugar brusco- ni de aliento al agredido.

Algunos dirán “que lo alienten en su país (a Neymar)”. Y yo supongo que es una actitud normal y que es mi problema aceptar o no que es propio del fútbol juzgar como crimen de Estado las faltas que reciben nuestros jugadores e ignorar y hasta celebrar las que nuestros jugadores cometen, aunque a mí eso me suene a doble moral. Lo que me sorprende es que alguien tenga la mala leche de salir a decir en la palestra pública por excelencia en la que se han covertido las redes sociales, que con la falta sobre Neymar -lo leí en Twitter- “Zúñiga le quitó a Brasil la ayudita que le dio la FIFA. Simple balance”. O que con la lesión del brasilero “se compensaron todas las patadas que recibió James durante el partido”, que efectivamente fueron muchas. Y así otras cuantas perlas más. Pobre criterio de la proporción el de algunos.

¿Será que aquí cabe, por fin, la célebre y sobrevalorada "Por eso estamos como estamos"? 

Tal vez no. Tal vez en Colombia, por eso y por aquello, por esto y por lo otro, estamos como estamos. Pero ya ni modo. Ya hablé de uno de los temas sobre los que dicen es mejor no hablar. Fútbol. Prometo no trascender a la política ni mucho menos a la religión. 

En fin –y aquí acomodo un poco lo dicho por el profesor Antanas Mockus en, literalmente, su momento-, yo escribí porque quise, a mí no me pagaron. Y lo hice porque no quiero cerrar (yo),  el que ha sido de lejos el mejor capítulo hasta ahora escrito por la Selección Colombia en la élite del fútbol mundial sin decirlo absolutamente todo. Del desempeño del equipo en Brasil ya se dijo lo que había que decir dentro y fuera del país. Ahora queda trabajar en lo que se debe mejorar para conservar la esperanza de que a Rusia llegaremos con la tranquilidad de llevar en los bolsillos esos cinco centavos que en Brasil nos faltaron para el peso.  

viernes, 18 de abril de 2014

Escritos de menor cuantía

La frase decía más o menos así: “Aquel que no haya salido nunca de su propio país ha escrito jamás algo que valga la pena de ser leído”. La encontré sin buscarla en un artículo de revista, embutido, precisamente, en un avión a punto de despegar.

No creo que se tratase de una especie de ‘Serendipity’, esa juguetona palabra acuñada por los ingleses para dar forma al fenómeno extraordinario de encontrar accidentalmente aquello que no se busca. Y digo que no lo creo porque si algo interesa a una aerolínea comercial es que la gente viaje –con la aerolínea, por supuesto-, y detrás de tan determinado fin consideran lícito manosear incluso a Hemingway para seducir, en este caso, a cualquier aprendiz de escritor que sueñe con hacer pública su inspiración y que al tropezar con la frase de marras sabrá que no tiene posibilidades si deja pasar su vida del lado propio de sus fronteras. Entonces el desdichado tendrá que viajar. Y es ahí donde entra la sonrisa gélida de la azafata de rojo diseñada estratégicamente para susurrarle al oído que después de ella el cielo puede esperar.  

Lo que seguramente no sabrá el entonces decidido viajero es que el autor de París era una fiesta tiene en su haber el increíble récord de sobrevivir en dos días a dos accidentes aéreos –normalmente con uno basta para el obituario- de los que resulta muy complicado determinar cómo se las arregló para burlar a la muerte. Lo que es claro es que el nobel de literatura  tenía mejores planes para dar fin a sus días y una infalible escopeta calibre 12 para perpetrarlos.

Pero no es de Hemingway ni de seguridad aérea sobre lo que pretendo escribir. Decía arriba que la frase en cuestión -puesta ahí deliberadamente por algún brillante profesional del marketing- la leí metido en un avión y lo primero que exclamé –realmente lo pensé, pues creí inteligente no descubrirme como una amenaza para la seguridad del vuelo- al terminar de leerla fue: Mentira!

Mentira porque para entonces yo había salido unas cuantas veces del país –no muchas, pero había salido- y pese a que lo hice siempre dispuesto a recibir con agrado todo aquello que el aire y el paisaje extranjeros quisieran obsequiarle a mi huidiza inspiración, la llegada a Colombia me encontró siempre donde me dejó la salida: sin posibilidades de escribir jamás algo que valiera la pena de ser leído.

Con lo anterior no pretendo acusar a Hemingway de mentiroso -¿qué escritor no lo es? “Soy escritor (...) Cuando uno escribe le da vida a fantasías, a imaginaciones, a mentiras”, dice Jep Gambardella, el inmisericorde y memorable protagonista de la proclamada mejor película de habla no inglesa de 2013 por los sabihondos de la Academia de las Ciencias y las Artes Cimatográficas y hasta por mí.

Lo que pretendo decir es –por fin- que el meollo del asunto no es escribir mentiras o verdades. El meollo del asunto es escribir, y lo difícil que resulta hacerlo aun traspasando las fronteras. Me refiero al sentimiento de incompetencia consciente generado por ese momento en que salen de su guarida los fantasmas que rondan en mi cabeza cada vez que me siento frente al ordenador en blanco. Sobre qué escribir y cómo hacerlo medianamente decente para que parezca atractivo y motive su lectura son dos preguntas que descubren todas mis limitaciones al teclado.

Y el resultado es esto. Escribir sobre lo difícil que me resulta escribir. Opinar sobre lo complejo que me resulta hacerlo a través de este escrito de menor cuantía pese, incluso, a haber puesto hace meses mar y tierra de por medio entre mi natal Medellín y mis aspiraciones académicas y, por qué no decirlo, literarias. Irónico es que en la búsqueda de información para opinar sobre algo verdaderamente interesante que me permitiera el mínimo chance de ser leído por alguien, descubrí lo que Hemingway realmente dijo cuando habló del viaje como condicionante de una escritura digna: “Aquel que nunca haya abandonado su país ha escrito jamás algo digno de imprimirse, ni siquiera en los periódicos”.

Ahora entiendo por qué fui rechazado como columnista en la convocatoria para lectores de El Espectador.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una campaña política para reflexionar...

En Colombia, por desgracia, sería una buena noticia anunciar que los niños de estratos 1 y 2 tienen asegurado su trabajo como niñeros en el futuro. Por estos días, incluso, hasta cabría como promesa de campaña de nuestros "ilustres" candidatos a los primeros cargos regionales.

lunes, 24 de enero de 2011

Salander, Larsson y yo

No suelo escribir largo en este medio ni en ninguno. De hecho, no suelo escribir ni en este medio ni en ninguno. Pero la opinión de uno de los escritores colombianos que más admiro, que se puede consultar en el link adjunto, me motivó a hacer una excepción.

La historia es la siguiente. En 2009 me encontré con la crítica favorable del nobel Mario Vargas LLosa -un texto publicado, si mal no recuerdo, en un suplemento dominical del periódico El Colombiano- a la obra del sueco Stieg Larsson que menciona Héctor Abad Faciolince en la columna de marras. No recuerdo exactamente la época del año. Recuerdo, sí, que el calor era insoportable y yo trataba de apaciguar la modorra del verano tolimense con algo de lectura en el balcón de una habitación de hotel de la medianamente entretenida ciudad de Ibagué.

Por esos días estaba devorando –porque esta historia no se lee, se devora- la segunda parte de la trilogía Millenium, publicada en español como La chica que soñaba con una cerrilla y un bidón de gasolina. No hacía mucho había digerido por completo Los hombres que no amaban a las mujeres, y las palabras del hoy nobel, para entonces un escritor reconocido, me hicieron pensar que se trataba de mucho más que un mero best seller. Hoy estoy convencido de ello.

El resultado, leí las poco más de dos mil páginas que componen los tres libros -La reina en el palacio de las corrientes de aire es el nombre del tercero y último- y asistí presuroso al estreno de las adaptaciones cinematográficas de los dos primeros.

Es claro que la historia de la Salander murió con Larsson y que jamás volveré a leer nada nuevo del sueco y su personaje indescifrable. Lo cierto es que hoy puedo decir sin temor a equivocarme, que en una estantería de un almacen de grandes superficies en Medellín -el Éxito para ser más exacto-, me topé, atraído por el título del libro que inicia la trilogía -una mala traducción según el columnista de turno-, con la extraña y para mí sexy Lisbeth Salander y con el intrépido y suertudo Mikael Blomkvist, poco antes que Vargas Llosa y, definitivamente, mucho antes que Héctor Abad Faciolince, y mi sorpresa fue similar a la que se llevaron los dos letrados, sumamente grata. Seguro es en lo único en que llegaré a parecerme a estos dos entendidos de la literatura latinoaméricana, pero no me importa, me conformo con parecerme a mi difunto padre.

Definitivamente, la trilogía Millenium encierra una historia impactante, repleta de acción y de personajes tan entrañables como repulsivos. No es una recomendación personal, no soy nadie para recomendar nada, pero, no sé ustedes -si es que existen, pues estos parajes no los visita nadie-, yo leería todo lo que recomienden estos dos señores. Y, si es bueno, tres veces bueno, mejor.

http://www.elespectador.com/impreso/columna-245078-lisbeth-salander-suecia

lunes, 11 de octubre de 2010

Mis tres huevitos (Reflexión sobre la creación de un blog)

No recuerdo exactamente el año en que me tocó -por que me tocó- hacerlo por primera vez. 2004, creo. Pero la fecha es irrelevante. Cursaba, si mal no recuerdo, cuarto semestre del pregrado de periodismo y las exigencias académicas de entonces me obligaron a debutar con más pena que gloria en la dimensión para mí desconocida de las nuevas tecnologías. Entonces perdí la virginidad neotecnológica. O la neotecnología perdió la suya conmigo. No estoy muy seguro de quién perdió qué. El caso es que por esos días de antaño comenzó algo entre la cosa virtual y yo que hoy no me atrevería a llamar idilio.

Me gustaría que este escrito hablara de sexo virtual o de alguna vaina que revista un poco más de interés –o morbo- para quien se anime a leerlo, pero no. Las siguientes líneas están dedicadas a relatar mi experiencia como blogger. Aunque antes de escribir cualquier cosa me veo obligado a hacer una confesión inicial: no soy bloggero, lo que significa que no tengo experiencia como tal, lo que a su vez significa que el objetivo de este escrito se fue al traste.

Ser o no ser, esa es la cuestión.

Voy a entrar en materia. Producto de la relación entre la cosa virtual y yo han visto la luz tres blogs. El mayor, el que nació en 2004, se llamó El fisgón morbosón. Pobre Fisgón, nació rápido y murió aun más. Lo mató el olvido. En principio el profesor de turno explicó el paso a paso, el movimiento pélvico necesario para garantizar la pro-creación de un blog. Yo creí entender. Seguí las instrucciones minuciosamente. La cosa nació y antes de reproducirse, murió. Nadie me dijo que en este caso, como en todos los que involucran la llegada de un “hijo” al mundo, se debía ejercer una paternidad responsable. Yo no tenía porqué saberlo.

Luego la vida me dio la oportunidad de resarcirme con la cosa virtual y sin muchas pretensiones, como resultado del módulo Tecnologías I, llegó mi segundo blog. La puerta de al lado se llama. Y sigue vivo, nadie lo lee, pero sigue vivo o al menos eso creo. En él juré a Dios y a la patria publicar toda la información relacionada con el tema de investigación que se supone me dará el título de especialista en gerencia de la comunicación con sistemas de información. Pero el tema inicial de investigación lo aborté y hoy ando trabajando en algo completamente diferente. No descarto la posibilidad de acudir a la puerta de al lado (como en este caso) al menos como medio de desahogo o, pese a lo irónico que pueda parecer, como salida de emergencia.

Finalmente nació Medellín en imágenes, un agradable viaje de reportería gráfica al corazón, los riñones… Las entrañas de la ciudad. Y ahí voy. Con dos sobrevivientes de tres intentos, uno fallido, tratando de entender o al menos acercarme al intríngulis de la Web 2.0. Hace seis años hubieran podido condenarme por homicidio culposo en el caso de mi primogénito. Hoy creo que el máximo pleito al que podría enfrentarme es a una demanda por inasistencia alimenticia. A eso le llamo evolución. Creo que la lección está aprendida.

sábado, 21 de agosto de 2010

Doc Humes

Menuda historia me encontré deambulando en http://www.calamaro.com/ac/ac.asp

Harold "Doc" Humes, un personaje absolutamente fascinamente que decidió, como deciden muchos personajes de su talla, suspender su tiempo tragándose 5 dosis de LSD.

La comparto no sé con quién -por estos lados espantan -pero la comparto.

Doc Humes por Edgar Alan Forn
21 de agosto

El paranoico que tenía razón

Por Juan Forn

En el origen de toda gran revista hay un loco. Y en casi todos los casos es el primero en irse de la revista, peleado con todos, haciendo honor a su fama de loco, aun cuando tenga razón. Harold “Doc” Humes no fue la excepción: inventó The Paris Review pero fue degradado a último pinche de la dirección (“encargado de Suscripciones y Publicidad”) en el primer número de la revista. El no sabía nada: se enteró en el puerto de Nueva York, cuando retiró de aduana los paquetes impresos que venían de París. Y le dio tanta ira que arrastró los paquetes hasta una papelería, se hizo hacer un sello que decía “Fundador: Doc Humes”, lo estampó en la portada de cada uno de los ejemplares de la revista, dejó los paquetes en manos del distribuidor y se volvió a París. Dos números después ya se había ido de Paris Review, harto de que ninguno de sus compañeros le creyera que estaba siendo vigilado por el gobierno norteamericano.

Era el año 1953. Los miembros fundadores del Paris Review (George Plimpton, Peter Mathiessen, William Styron y Humes) eran todos jóvenes veteranos de la Segunda Guerra que al volver a su patria terminaron lo más rápido que pudieron la universidad para volverse a Europa, con la ilusión de que París fuese para ellos lo que había sido para Hemingway y Fitzgerald en los años ’20. ¿Por qué habría de preocuparse por ellos y vigilarlos el gobierno norteamericano? Humes había conocido y encandilado a Plimpton y Mathiessen en los cafés parisinos, donde jugaba por plata al ajedrez para mantenerse (en realidad malvivía de una renta que le pasaba su padre) y trataba de reunir fondos para crear una revista literaria. Plimpton y Mathiessen eran niños bien que venían de Yale y Harvard. No les costó nada reunir el dinero que hacía falta pidiéndolo a sus padres y a los amigos de sus padres, pero no se animaron a poner a Humes como editor. Tampoco se animaron a decírselo, razón por la cual Humes se enteró como se enteró de la noticia en el puerto de Nueva York, adonde había viajado especialmente para lanzar “su” revista.

Bajo la dirección de Plimpton, Paris Review se convirtió en la mejor revista literaria del mundo, pero Humes ya se había bajado hacía rato del barco. Prefirió irse a Londres con su mujer y sus hijas, donde escribió dos novelas que recibieron muy buenas críticas, que a su vez alimentaron aun más su paranoia: el New York Times dijo de la primera (un thriller ambientado en el París bohemio y pro-comunista de posguerra) que era de un “talento alarmante”; el Washington Post dijo de la segunda (una novela de mercenarios afroamericanos en una isla del Caribe) que “su vividez daba escalofríos”. Las cosas empeoraron a principios de los ’60, cuando Timothy Leary llegó a Londres con una valija llena de LSD, y Humes lo convenció de que le diera cinco dosis juntas (era legendaria su tolerancia a los químicos). El trip fue una catástrofe: le produjo su primer brote psicótico. Mientras sus amigos lo internaban en un psiquiátrico, su esposa escapó a Nueva York con las cuatro hijas.

Con los años, Humes volvería a su país convertido en “un neo-profeta eléctrico” (la definición es de Paul Auster, que era estudiante en Columbia cuando cayó bajo su influjo en 1969). Para entonces se decía de él que había inventado y patentado una casa hecha enteramente de papel que resistía lluvias e incendios; que había asegurado su cerebro en un millón de dólares; que había sido el jefe de campaña de Norman Mailer cuando éste se postuló a alcalde de Nueva York; que había filmado (y perdido) una película-verité llamada Don Peyote, en la que un junkie llamado Ojo de Vidrio hacía de Quijote por las calles del Village completamente colocado, mientras Orne-tte Coleman seguía sus pasos y proveía música de fondo. Cuando no estaba internado, Humes dormía en las oficinas de la editorial Random House, o en los campus donde estudiaban sus hijas (NYU, Harvard y Columbia) y donde nunca le faltaban fans que se sumaran a sus protestas callejeras. Sostenía que el gobierno vigilaba cada uno de sus pasos y dominaba a la población a través de mensajes subliminales en las nubes. Su último hogar fue el Hospicio Saint Rose, creado un siglo antes por la hermana de Nathaniel Hawthorne. Hasta su muerte escribió una novela eterna (que por supuesto se perdió) donde contaba la historia de un científico que descubría que lo estaban convirtiendo en otra persona o se estaba volviendo loco, y trataba desesperadamente de transferir a las cabezas de los demás toda la información que almacenaba en la suya antes de enloquecer del todo.

Casi nadie se acordaba ya de Humes cuando su hija Immy reveló, en su documental Doc, que Paris Review estuvo infiltrada por la CIA y que el topo era uno de sus fundadores, Peter Mathiessen. El propio Mathiessen confiesa a cámara, presionado por la voz en off de Immy, que la CIA lo reclutó cuando egresó de Yale después de la guerra, que le pagaron el viaje a París, que su fachada era la revista y su trabajo consistía en informar sobre los americanos con los cuales trataba (una vez a la semana debía encontrarse en el Jeu de Paume con su contacto). Aunque “aún no eran los tiempos en que la agencia comenzó a dedicarse al asesinato político”, dice Mathiessen, el asunto terminó por asquearlo y renunció, y también se mantuvo alejado de Paris Review unos años, hasta que un día, al enterarse de lo mal que estaba Humes en Londres, viajó hasta allá para confesarle todo. Mathiessen creía de buena fe que la revelación aliviaría la paranoia de Doc y quizás “hasta lo liberara de sus fantasmas”. En cambio, Humes se cruzó con Timothy Leary y se fritó la cabeza con aquellas cinco dosis de LSD. Antes de hacerlo escribió una larga carta a Plimpton, donde le relataba todo lo que le había contado Mathiessen y exigía (“es el que vomita el responsable de limpiar la vomitada”) que el propio traidor escribiera de su puño y letra un relato de los hechos y que el texto completo se publicara en Paris Review. La carta nunca llegó a destino. Terminó dentro de una valija que los amigos de Humes enviaron a su esposa a Nueva York después de internarlo y que ésta dejó arrumbada en un altillo hasta que Immy la descubrió, cuarenta años después.

"Que yo sea paranoico no quiere decir que no me esten persiguiendo"

(Frase celebre)

miércoles, 18 de agosto de 2010

Redes sociales: el riesgo es no estar en ellas

No sé si llamar lo que viene a continuación Caso exitoso de estudio empresarial, pues titular es de las vainas más complicadas que se le presentan al escritor frente a la hoja en blanco o frente a la pantalla negra, como en este caso. Entonces no titulo. Voy a decir, mejor, que me topé en la web con un artículo que me pareció interesante -que ya tiene título- y que, de alguna manera, involucra mi actividad laboral con mis obligaciones académicas. Lo comparto -incompleto- con quien se aparezca por estos lados y decida emplear dos o tres minuticos de su agradable -y valioso- tiempo enterándose de lo que me atrevería a definir como una estrategia exitosa de comunicación, ejecutada por un sector de la economía colombiana, amado por unos y odiado por muchos: el financiero.

¿Dará resultado?, ¿Quién termina beneficiándose?, ¿Hace alguna diferencia?

Juzguen ustedes...

Bancos entran a redes sociales

Tomado de Diario El Tiempo de Colombia - 30 de mayo de 2010

Contrario a lo que se podría pensar, lo que más les molesta a los colombianos de los bancos no son los cobros que realizan, ni las tasas de interés.

Su principal inconformidad está en lo que muchos califican como un mal servicio al cliente y esa percepción es evidente en las cada vez más populares redes sociales (Facebook, Twitter o Flickr), donde con frecuencia se leen mensajes de personas que cuentan malas experiencias con las entidades financieras y se crean grupos como ‘Bancolchón, el banco que no roba a la gente’.

Ante esta realidad, que no solo se ve en Colombia, sino en casi todo el mundo (existe un grupo en Facebook que se llama I hate Bank of America –Odio al Bank of America–), el sector financiero decidió utilizar esa mismas redes para responder a las críticas y acercarse a sus clientes y usuarios de una forma que ellos consideran más eficaz.

Si bien los 18 bancos que operan en el país saben de la importancia de las redes sociales y planean tener presencia en ellas, por ahora son dos los que lideran en esta materia: Bancolombia y Colpatria, que en conjunto tienen casi 30.000 personas que se relacionan con ellos vía Internet y, para sorpresa de ambas entidades, más que quejas o mensajes negativos, lo que más reciben son pregunta sobre sus productos y servicios.

“Me gustaría saber qué promociones tienen para préstamos de vehículo”, “¿es posible diferir las cuotas de mi tarjeta de crédito a 24 meses?”, “tengo tarjeta de crédito con ustedes y he pagado puntual, ahora necesito un crédito de vivienda, ¿qué requisitos debo cumplir?”. Son algunas de las preguntas que se ven en el denominado muro de las páginas de Facebook de estos dos bancos, que desde el año pasado decidieron meterse en esta onda, y que hoy cuentan con personal dedicado exclusivamente a responder las inquietudes que se generan en las redes sociales.

Canal de doble vía
Mónica Álvarez, gerente de Mercadeo de Colpatria, explica que las redes sociales son un canal de comunicación de doble vía y no solo una herramienta de publicidad. Además, que la clave está en responder lo más pronto posible.

“Empezamos en Facebook en octubre y abrimos un grupo invitando a los eventos que hacemos a fin de año, como la Noche de las Velitas, en la que iluminamos la Torre Colpatria, o la fiesta del 31 de diciembre. Así empezaron a llegar personas que les interesaba el tema, pues no usábamos nada de publicidad. La gente ponía sus fotos y hacía comentarios. En poco tiempo completamos 18.000 miembros con los que nos comunicamos a diario”, explica Álvarez.

En Bancolombia comenzaron en septiembre pasado, pero no con un grupo sino con una página en Facebook a la que tiene acceso cualquiera. Actualmente tienen 12.000 seguidores, cifra que es destacable si se tiene en cuenta que de todas las marcas que están en Facebook, solo el 4 por ciento tiene más de 10.000 fans.

“La idea es estar en donde están nuestros clientes. Aquí podemos conocer más rápido sus necesidades y el balance es un 3 por ciento de comentarios negativos, 20 por ciento positivos y 70 por ciento neutros, es decir, preguntas que respondemos, y también las demás personas que siguen la página”, explica Paula Andrea Echeverry, gerente de Mercadeo de Bancolombia.


‘Lo malo es no hacer parte de ellas’
El anonimato que permite Internet como medio de comunicación hace que muchos usuarios literalmente se ‘despachen’ contra personas o entidades que no les gustan y eso, a primera vista, hace que para un banco sea poco sensato estar en una red social, donde muy probablemente sea blanco de ataques.

No obstante, el especialista en mercadeo Jo Stapleton, director de FD kinesis, sostiene que el principal riesgo que corren los bancos en las redes sociales es no estar en ellas, pues de todas maneras la gente va a hablar de las entidades financieras y “es mejor aclarar qué es verdad y qué es ficción”. En su concepto los sitios como Facebook o Twitter no son una novedad, sino la evolución del tradicional ‘voz a voz’ en el que la gente se cuenta cosas y en la medida en que se presten servicios y se haga menos publicidad, los internautas van a valorar el esfuerzo de los bancos.